Autora: Luisa Guadalupe Cencha.
En su escrito recopila frases y reflexiones de todos los integrantes del grupo. Gracias Lui por tus relatos. Gracias por las fotos compartidas por todos (las que publicamos aquí son tomadas de sus aportes). Gracias a cada uno de ustedes, guías y hermoso grupo por compartir esta experiencia.
Todos ustedes tienen algo en común… hay un perfil de gente que viene acá y que le gusta la montaña.» Nos miramos y no dijimos nada, pero en el fondo todos sabíamos que era cierto, que ese «algo» indefinible existe.
No tardamos en saber que todos los que aquella noche estaban sentados en la misma mesa son de los que hacen huecos con el talón en la arena cuando van a la playa. De los que la caminan entera. De los que buscan la paz y la tranquilidad, pero parecen no tenerla dentro. «Es que ustedes van a hacer montaña a la playa», dijo, y ahí noté que, aunque hayamos nacido a 0 msnm, la montaña puede nacer dentro de uno sin importar la geografía.
También creí que ese «algo» que compartíamos era ser solitarios, si al final todos anhelábamos mucho escapar de la ciudad y las multitudes. Tenía sentido, pero era al mismo tiempo contradictorio. Si es que estuvimos en un exquisito equilibrio de convivencia durante días enteros, durmiendo, comiendo y caminando todo el día juntos. No hubo incomodidad. Al contrario, solo charlas y risas.
Después de algunas reflexiones más lo entendí. La montaña te posiciona con el aquí y el ahora, y por ende aquieta la mente. Te obliga a mover el cuerpo, al mismo tiempo que armoniza las ideas. Uno va paso a paso, y una vez mecanizado el movimiento la mente es libre de divagar durante horas. Hasta lo definimos (porque definir cosas es una manía muy humana), es una «meditación hipóxica».
Ahí en la inmensidad que apabulla empatizar se hace muy fácil y hasta obligado.
Mi definición de ese «algo» es la búsqueda, al contrario de la soledad o el aislamiento, de hacer comunidad, forjarla con charlas sinceras donde uno da a conocer sus vulnerabilidades y se muestra abierto a aprender lo que sea, de quien sea. Es la búsqueda constante de generar conexiones genuinas con los demás. Es el deseo de alejarse de lo superfluo. Porque lo importante no es la ducha a la temperatura justa, ni la almohada con memoria de forma. Lo importante es compartir la vida genuinamente. Es saberse en comunidad, es cuidar y sentirse cuidado. Quien entienda eso, sin lugar a dudas, nació con una montañita en el pecho.