Una senda donde es posible caminar por el cielo pero con los pies en la tierra.
Cuando elegimos este destino sabíamos de la magnitud del lugar, pero mucho más, del espíritu con el que debíamos encarar el desafío.
La serenidad de la montaña nos llevó hasta donde habita el alma, a ser conscientes de nosotros mismos, a darnos cuenta de lo que en el apuro citadino no logramos ver. Una experiencia física que logra trascender el alma.
El sendero se extendió a lo largo de 74 kilómetros, con una diversidad de paisajes que fue cambiando gradualmente desde la desértica Quebrada de Humahuaca hasta las profundidades de la selva de montaña.
A cada paso descubrimos una nueva faceta del entorno natural, desde los paisajes áridos y desérticos de la Puna hasta la verde exuberancia de las yungas Jujeñas.
Y en el camino, allá, muy en lo alto, descubrimos un cielo que no se olvida, un mar de nubes que nos quedó grabado en el alma.
Ese cielo jujeño no se compara con nada, así como los cardones, los cóndores, las mulas de apoyo con sus arrieros, la calidez y sencillez de su gente con el arraigo de sus costumbres ancestrales y la simpleza de los refugios de montaña. Tampoco se compara el paso calmo de Nehuen, la responsabilidad de Ulises, la experiencia y espontaneidad de Armando, nuestros tres guías de montaña,
y la garra del grupo naranja, ese que fue familia y sostén a pesar de habernos conocido allí mismo.
Junto a ellos pasamos momentos difíciles. Los 4200 metros de altura nos mostraron el rigor de la montaña. Fue allí donde nuestros compañeros no abandonaron la palabra, sino que la usaron de otro modo, con otros tiempos y otro objetivo, haciéndola cobrar un sentido especial, el de sostener y acompañar mientras nos acariciaban otras aristas del alma. Nosotros tampoco abandonamos el silencio, ese que dio cuentas de la necesidad de más oxígeno y de un tiempo para nosotros mismos. Gracias por el respeto!
Fuimos testigos de los más bellos amaneceres y de hermosas noches estrelladas, de largas tardes de sol y pasos entre piedras, polvo y barro que hacían huella en el camino.
Extrañaremos la montaña, pero, sobre todo, los momentos que quedaron inmersos en ella.
Ya no volveremos a caminar esta senda, otros caminos nos esperan para descubrir, pero tendremos celosamente guardadas en el alma las risas, las lágrimas, las miradas cómplices y las palabras de aliento que nos acompañaron a transitarla.
Sin dudas aparecerá la nostalgia de los momentos compartidos porque en definitiva, no habrá sido el lugar que elegimos para caminar sino las personas que hicieron mágicos los momentos que vivimos como equipo.
Gracias Armando, Nehuen, Ulises y a todo el grupo naranja por acompañarnos a cumplir este sueño.
Fabián y Coty
Gracias Fabián y Coty !!!








